En el corazón de Ushuaia, donde la belleza natural se entrelaza con la majestuosidad de la cordillera y el mar, se alza un bosque que alguna vez fue refugio de vida silvestre y un rincón de paz para vecinos y visitantes.
Sin embargo, estos paisajes han empezado a transformarse en algo trágico. Las carrocerías de autos y la chatarra se han convertido en parte del entorno, invadiendo lo que alguna vez fue un paraíso natural. Cada pieza de metal, cada trozo de plástico desgastado, cuenta una historia de desaprensión que pesa como una sombra sobre esta tierra.
Contemplar este escenario genera una profunda nostalgia. Recordar los días en que el bosque sorprendía con sus aromas frescos y sus formas y colores melodiosos duele al ver cómo se han eclipsado por la fría presencia del abandono.
La escena se torna dolorosa al pensar en el impacto negativo que esta acumulación de desechos tiene en el ecosistema; dañando la vegetación del sector, contaminando el suelo y ahuyentando a la fauna nativa que busca refugio en su antiguo hogar.

La falta de responsabilidad de quienes, sin reparo, trasladan sus viejas carrocerías al bosque, revela un preocupante nivel de indiferencia hacia el entorno. Este acto no solo destruye la belleza natural, sino que también refleja un desprecio por el legado que se deja a las futuras generaciones. Es fundamental reflexionar sobre cómo nuestras acciones repercuten en el mundo que nos rodea.

Cada trozo de chatarra arrojado es un recordatorio de la desconexión entre el ser humano y la naturaleza.
Ojalá que el bosque de Ushuaia pueda recuperar su esplendor y que aquellos que lo contemplen encuentren en él una lección vital: cuidar nuestro entorno no es solo un deber, sino un acto de amor hacia el lugar que habitamos. La belleza de nuestra tierra debe ser preservada, no reemplazada por la frialdad del metal oxidado.